¿Y SI MAÑANA TODO SE CONVIERTE EN NADA?

Habrás vivido…

La pregunta que abre este post no es mía. Ni tampoco he podido esperar a mañana para reflexionar sobre ella. Porque ésta es una de esas preguntas que te hacen pensar, profundizar y pararte un rato a sentir y respirar. Cuando vi la pregunta, no me pude contener y me animé a dar una respuesta rápida y sincera a la autora de la pregunta, de esas que te salen del corazón. Contesté: “habrás vivido… al final de eso se trata”. Y de esa respuesta, me respondió que mi respuesta le había llevado a hacerse con otras dos preguntas: ¿y cómo he vivido? y ¿para qué he vivido? Así que me he puesto a escribir para intentar plasmar en unas líneas mi reflexión sobre este tema.

 

La primera pregunta esconde una emoción que seguramente todos podemos identificar: el miedo. Sí alguna vez te has enamorado y lo has apostado todo a esa carta, hay un momento en el que aparece esa pregunta. Sí te has desvivido por un proyecto, una carrera o un trabajo, a veces es inevitable cuestionarte si todo el esfuerzo ha merecido la pena. Y cuando aparece el miedo, provocado por la incertidumbre y no tener el control de la situación, ponemos el freno de mano, no sea que nos vayamos a dar una buena ostia. Entonces comenzamos a vivir de una forma diferente: poniéndonos limites, evitando tomar determinados riesgos por miedo a que nos duela si las cosas no salen como queremos. Y en ese proceso comenzamos a dejar de vivir. O, mejor dicho, a vivir desde el miedo.

 

Vivir desde el amor es asumir riesgos

Puede ser que mañana “todo” se convierta en “nada”, si. De hecho, lo normal es que eso suceda. Al final, incluso nuestra pertenencia más preciada, nuestro cuerpo, se convertirá en polvo. Pero ese es otro tema. Imaginemos que si, que sucede, que todo se convierte en nada. En ese caso, ¿qué es lo peor que te puede pasar? Otra pregunta para reflexionar. Sí lo has dado todo, sí has puesto el corazón y el alma en lo que hacías, ya has ganado. Sí te has ilusionado, sí has creado, sí tu pecho ha resonado, sí te has emocionado…entonces nada de eso se perderá o se convertirá en nada. Porque has vivido desde el amor y vivir es ponerle corazón. De hecho, nuestros seres queridos que ya no están con nosotros, su recuerdo es imborrable porque nos dieron su amor.

 

El problema es que vivimos obsesionados por el resultado final, porque las cosas se cumplan como queremos. Porque nuestro ego viva saciado. Y nos jode apostar por algo y que luego no se cumplan nuestras expectativas, deseos o sueños. Pero la vida va de esto. De ser valiente, de asumir riesgos, de probar, de soñar…y de equivocarse, de fracasar, de perder… Va de volver a levantarse y probar tantas veces como puedas. Esto va de insistir, de perseverar, de persistir… Y cuando no llegas, cuando ese “todo” se convierte en “nada”, tomar conciencia que, sí lo has dado todo, sí le has puesto corazón, sí has vivido desde el amor nada se va del todo. Algo ha quedado, algo has aprendido, aunque hayas perdido. ¿Que jode? Claro. ¿Qué duele? Obvio. Y esa emoción, generalmente suele ser la tristeza, también hay que acogerla y aceptarla. Pero no podemos dejar de vivir desde el amor, porque nos duela o porque nos vayan a hacer daño o por el miedo a sentir. La Vida también es dolor.

 

Aprender a perder

Hace un par de años escribía precisamente un post sobre «Saber Perder», inspirado en la novela de David Trueba, donde se refleja que lo normal en esta vida es perder. El problema es que no hemos aprendido a perder. No nos gusta perder porque no queremos dañarnos, porque preferimos evitar el dolor. Y el dolor es parte de la vida. Asociamos perder como algo malo, negativo y creemos que ponernos la etiqueta de perdedor equivale a condenarnos al fuego eterno. Además, empezamos a hablarnos mal, con mensajes negativos sobre nuestro valor (“no valgo para esto”, “la próxima vez ni lo intento”, “he sido gilipollas”). Y, lo peor de todo, es que dejamos de querernos y nuestra autoestima cae en picado.

Tú Ganas, Tú Pierdes, Victoria, Perder

Aprender a perder no significa resignarse, ni pensar que porque hemos fallado una vez ya estamos condenados de por vida. Simplemente, significa que en esa ocasión hemos perdido porque con los recursos que teníamos no nos alcanzaba. O nos indica que tenemos limitaciones o aspectos que debemos mejorar para intentarlo la próxima vez. Pero perder no me determina ni me hace ser menos de lo que soy. No invalida mi valor. Ni me hacer ser menos. Y “si mañana todo se convierte en nada”, tampoco significa que sea un perdedor o un fracasado o que nada de lo hecho no sirva para nada. La experiencia de lo vivido, simplemente, ya nos enriquece, aunque a veces esa experiencia sea una putada o un hecho que calificamos como negativo.

 

¿Y para qué vivimos?

Para cumplir con nuestro propósito, o al menos, esa debería ser la respuesta. Vivimos cuando nuestro corazón resuena, y eso sucede cuando encontramos un propósito, una razón de ser. Y nos damos cuenta, que ha aparecido porque sentimos que nuestra vida tiene más sentido. Cuando el propósito existe los golpes duelen, pero nos mantenemos en la lucha y volvemos a intentarlo una y otra vez. Sí tienes un anhelo grande por algo, lo vuelves a intentar, aunque un día salgas corneado y sangrando, sin ganas de volver al ruedo. Lo puedes perder todo, pero cuando te mueve el amor, la cosa cambia.

 

Si es el corazón el que lucha por lograr ese propósito, lo que da sentido a tu vida, entonces nunca se pierde del todo, porque hay amor. Quien tiene el anhelo del triunfo, vuelve a la plaza porque sueña, espera y cree en esa tarde en la que los astros se alinean y se abren las puertas del cielo. Y porque ama eso que hace. Cuando eso sucede, ya no pierdes, ganas. Eso no significa que la gloria siempre se alcance, porque una cosa es cómo queremos que sean las cosas, y otra lo que la Vida nos tiene destinado. Por eso, es tan importante, encontrar algo que, de sentido a la vida, un para qué, un propósito, que poco tiene que ver con el resultado final o si se logran los objetivos que nos planteamos.

 

Tormenta y mezcal

(Rebeca Jiménez)

 

NOTA: este post no hubiera visto la luz, sin las 3 preguntas de Adriana F. Espinosa. Millones de gracias por hacerme reflexionar.

 

Sí deseas recibir más información acerca de los Servicios de Coaching y Soluciones de Formación, contacta conmigo.