RENDIRSE O NO RENDIRSE.
Prisas por olvidar.
Tenemos prisa por cambiar una realidad que no nos gusta. Una realidad que no es como la que deseamos. Prisas por olvidarnos de un pasado, transformado en rabioso presente que duele. Un presente que nos hace sufrir porque nos recuerda que nuestras expectativas se disolvieron como un azucarillo en una taza de café sin lograr nuestros deseos y anhelos. Y, donde lo único que vale, es volver a ponernos objetivos, que nos permitan generar nuevas expectativas que nos acerquen a esa realidad deseada. Una realidad que de forma tozuda se manifiesta una y otra vez tan distinta a la soñada. Por eso, tenemos prisa, por eso seguimos corriendo para alcanzar ese sueño, que por más que lo deseamos con toda nuestra intensidad se escapa una y otra vez. Quizás por eso nos seguimos aferrando al mantra «no rendirse».
Y, cuando nos damos cuenta, que seguimos lejos de lo que queremos y deseamos, caemos en el desasosiego de la incertidumbre. De no saber qué pasará con nuestros proyectos, con nuestras necesidades, revestidas del éxito que tanto anhelamos, en forma de fama, fortuna, poder, reconocimiento o aceptación…
Cada uno puede elegir lo que más desee, pero ahí está nuestro sufrimiento. En la imposibilidad de alcanzar aquello que deseamos y en la forma en la que lo habíamos planificado.
Cuando ese sueño se esfuma, sentimos que estamos fracasando. Y aparece el miedo, el miedo a que nuestra vida no sea como la hemos planificado o, peor aún, no sea tan buena o tan perfecta como la de los otros. Quizá, por eso tenemos tanta prisa, porque nos da miedo mirarnos y vernos como un fracaso.
No te rindas, sigue adelante.
Siempre encontraremos ejemplos y referentes que apelen a la lucha. A seguir peleando por nuestro sueño. Cuántos videos motivacionales, cuántos coaches de la motivación y cuántos personajes que han alcanzado el éxito y que nos animan a continuar, a seguir su ejemplo. A no rendirnos. A través de canciones, como “No Surrender” (Bruce Springsteen) o “Don´t Give Up” (Peter Gabriel), nos aferramos a ese mantra, que nos impulsa a continuar en la lucha. La consigna es NO RENDIRSE. Y, continuamos ahí, luchando, empujando, creyendo que algún día las malas tierras darán su fruto, como les sucedió a aquellos pioneros que fueron conquistando las áridas tierras del Medio Oeste.
Sin embargo, la lucha tiene un precio. Nuestro corazón no es inmune a la adversidad. A la frustración que supone, otra vez, quedarnos a las puertas de la gloria. Ante la incertidumbre de no saber sí llegará esa Tierra Prometida, que todos anhelamos. Mientras, la Vida marca su ritmo, sin tener en cuenta nuestros deseos y anhelos. Lo cual provoca un sufrimiento continuo al sentirnos impotentes ante la realidad que se desarrolla ante nuestros ojos. Hasta que descubrimos que no tenemos el control de nada de lo que nos rodea. Podemos querer ganar un partido, aprobar un examen, conseguir un trabajo, ser amado por la persona que nos gusta o mantener una salud de hierro…pero “querer no significa poder”, aunque algunos se empeñen en repetir machaconamente el famoso “si quieres, puedes”.
Quizá, ese sea el problema de nuestra sociedad occidental: el control. O, mejor dicho, la falsa apariencia de control que pretendemos tener ante cualquier circunstancia de nuestra vida.
Confía en ti mismo.
Podemos apelar a nuestra confianza o seguridad interior para aumentar el control sobre las circunstancias en las que nos vemos inmersos. La confianza en uno mismo es esa seguridad interior, proveniente de una mezcla de competencia, credibilidad y coherencia, que nos permite afrontar cualquier desafío. También los retos, las adversidades o tener en mente a algunos referentes, puede ayudarnos a confiar más en nosotros. Pero, ni la confianza en uno mismo, ni el carácter forjado en las adversidades, ni la fortaleza mental que nos ayuda a gestionar nuestras emociones puede impedir que tengamos el control sobre cosas que están fuera de nuestro alcance. Entonces, ¿qué nos queda?, ¿qué podemos hacer para dejar de tener esa fijación en el control?
Los filósofos estoicos lo tenían claro: sólo puedes controlar aquello que depende enteramente de ti mismo. Y eso que cae enteramente bajo nuestro control se limita a nuestras actitudes, creencias, pensamientos y reacciones. No hay más, aunque quizá sea mucho más de lo que creamos. En primer lugar, siempre podemos elegir la actitud que tomar ante cualquier situación o experiencia que nos toque vivir. Y, en segundo lugar, podemos cuestionar nuestras creencias, porque ellas son las que determinan nuestros pensamientos y reacciones. Por lo tanto, cabría preguntarse con qué actitud debemos afrontar determinadas experiencias, desde la responsabilidad o desde el victimismo.
O sí la creencia en el mantra “no rendirse” nos ayuda realmente en nuestro objetivo de alcanzar nuestros deseos.
Rendirse a la Vida.
Quizá, la respuesta esté justamente en la lado opuesto: en la RENDICIÓN. Rendirse es aceptar que la Vida es. Y eso significa, fundamentalmente, que las cosas son como son y que no tenemos el control de lo que pasa en nuestra vida. Rendirse significa darse cuenta que, a veces, aferrarse a un sueño es el modo más directo para que ese sueño se aleje irremediablemente de nosotros. Podemos actuar, es más, debemos seguir trabajando en lo que queremos, porque rendirse no es resignarse ni dejar de hacer cosas. Pero quizá sin la obsesión de alcanzar nuestros objetivos luchando contra viento y marea.
Rendirse es dejar de mirar el marcador, para centrarnos en el juego, en qué voy a hacer con la bola. Rendirse es estar en el presente, olvidándonos de cómo queremos que sea el futuro (lo cual nos provocará ansiedad) y dejar de sentir nostalgia por un pasado que no volverá (lo que nos llevará irremediablemente a la depresión). En la rendición está implicita una de las grandes paradojas de la vida: «rendirse para lograr algo». Significa hacer exactamente lo que sea necesario en cada momento y después no hacer nada más.
Rendirse implica confiar en Algo más grande que tú.
En la rendición está la otra confianza. La que no está en nosotros. La confianza en que Algo Superior (que cada uno le de el nombre que quiera) ha trazado un plan, que nos toca ir descubriéndolo para llegar a un lugar que no conocemos. Rendirse es abrirse a la fe, cuando comprendemos que la Vida siempre se cumple, aunque no de la forma en que uno desea. Rendirse es dejar de controlar, de planificar, de crear estrategias, de buscar que las cosas sean como queremos que sean. Es entender que no puedes luchar contra tus sentimientos, que no hay mayor fortaleza que asumir tu vulnerabilidad de reconocer que “no sabes”, que “no tienes ni idea de lo que hay que hacer”, que “no tienes el poder”, que “estás en manos de Algo mayor a ti o a tus deseos”.
Quizá, para rendirse hay que comprender que necesitamos entrar en nosotros mismos, profundizar y sumergirnos en nuestro iceberg. Conocernos más y mejor, a través del silencio, la observación y la pausa, para darnos cuenta de quiénes somos realmente. O de quién no somos, para descubrir aquello que todavía no hemos descubierto, pero que está ahí dispuesto para llegar a nuestra esencia. Preguntarnos el para qué de cada experiencia. Y, desde ahí, dejar que la Vida se manifieste, dejando de controlar. Dejar de pensar y de hacer lo qué tengo que hacer para cambiar una situación, porque las cosas no cambian, lo que cambia es la mirada con la que vemos las cosas.
“Rendirse es ceder en lugar de oponerse al flujo de la vida. Rendirse es aceptar el momento presente de manera incondicional y sin reservas.”
(Enric Corbera)
Sí deseas recibir más información acerca de los Servicios de Coaching y Soluciones de Formación, contacta conmigo.