La fragilidad de la motivación.
Una de las características intrínsecas de la motivación es su fragilidad. Sucede en cualquier orden de la vida. Cuando comenzamos un proyecto, cambiamos de trabajo, iniciamos una nueva relación o formamos un equipo, hay un momento de explosión o de euforia. Nuestra motivación, la energía que nos mueve hacia algo que queremos, deseamos o necesitamos, está por las nubes. Pero basta que pase un tiempo más o menos prolongado, para que comience a bajar hasta el límite de hacernos abandonar proyectos, trabajos, relaciones o equipos.
Podríamos argumentar las razones o el por qué de este comportamiento de las personas. La razón fundamental estriba en la carencia del otro factor esencial a la hora de afrontar nuevos retos y objetivos: la falta de propósito. Es decir, la razón de ser de lo que nos mueve o el para qué hacemos lo que hacemos. Sin embargo, la respuesta a esta pregunta no suele ser inmediata, y requiere un trabajo más profundo. Quizá, puede resultar más práctico a corto plazo conocer qué podemos hacer cuándo nos damos cuenta que nuestras ganas por hacer algo, comienzan a desaparecer. O simplemente, cuando estás de bajón o has entrado en un momento valle.
La trampa de los objetivos.
Sí los objetivos son muy ambiciosos (perder 25 kilos, escribir un libro, presentar un proyecto de transformación en tu empresa o correr una maratón) pueden generarte una motivación elevada al principio y al final. Pero a mitad de camino es probable que te quedes atascado y abandones. Es la «trampa de los objetivos». Quizá, sea más aconsejable parcelar esos retos globales en objetivos más modestos. Porque normalmente cuando nos guiamos por la ambición excesiva, nos obsesionamos, forzamos las cosas y acabamos impidiendo nosotros mismos alcanzarlo.
Y ¿cómo nos vamos a relacionar con esos objetivos intermedios? En primer lugar, nos puede ayudar comprometernos públicamente a cumplirlos. Cuéntale a alguien cómo y cuándo vas a lograrlos. Utiliza expresiones “voy a”, “quiero” o “puedo” en lugar de “tengo que”, “debo/debería” o “intentaré”. Es decir, usa afirmaciones que te ayuden a tomar la iniciativa, eliminando los “pero”.
¿Cómo puedo continuar?
Las preguntas que comienzan por “cómo” suelen ser casi siempre una trampa mortal. Denotan impaciencia, ansiedad y angustia. Cuando preguntamos a alguien cómo puedo lograr algo, conseguir algo, aprender algo…buscamos una respuesta inmediata y prefabricada. Y en la mayoría de las ocasiones, esa respuesta no será válida para alcanzar los objetivos que deseas.
El cómo se encuentra dentro de nosotros y, probablemente, nadie nos dará la receta mágica para poder continuar. Decía Viktor Frankl que:
“Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”.
Y la misión de cada uno de nosotros es descubrir ese cómo. Por eso, más allá de preguntarnos “¿cómo puedo continuar?”, podemos sustituir la pregunta por otra más útil: “¿cómo puedo disfrutar con lo que hago?”. Piensa en aquellas cosas que te gusten, con las que disfrutas y se te pasa el tiempo volando. Curiosamente, cuando comenzamos a preguntarnos esto, el peso de los objetivos cae. Simplemente, porque ponemos el foco en lo que nos gusta y hace que nos lo pasemos bien.
Descubrir qué necesitas realmente.
Hace unas semanas veía la película de “Soul”. Y como en la gran mayoría de las películas de Pixar, el personaje principal buscaba lograr un objetivo que deseaba y anhelaba con todas sus fuerzas. Pero luego resulta que eso que quería, no es lo que el protagonista necesitaba realmente. De tal forma que al final, el protagonista debe “renunciar a lo que quiere para conseguir lo que necesita”. Por eso, cuando estamos en ese momento valle, también es un buen momento para preguntarnos sí eso que queremos con tanta insistencia es realmente lo que necesitamos. Porque, quizá, estamos siguiendo un camino equivocado.
Y preguntarnos también, sí lo conseguido hasta ese momento, aún estando en esos momentos valle, tiene sentido para nosotros. Es decir, sí todo eso que vamos consiguiendo a lo largo de nuestro trayecto tiene un significado o un propósito. Si esos objetivos intermedios me aportan algo más, algo que de razón a lo que hago. Algo que realmente necesito para sentirme realmente bien conmigo mismo. Y de esta forma evitar caer en lo que los psicólogos, y mucho antes los estoicos, denominaban “adaptación hedonista”. Que consiste en “cuando conseguimos algo, ansiamos más”.
“Cuando estás en medio, una historia no es una historia, sino confusión, un clamor oscuro, una ceguera, una ruina de cristales rotos y madera astillada.”
(Margaret Atwood)