EL TODO Y LA NADA: ¿QUÉ ES LA VIDA?

Somos contradicción.

Hace unas semanas, leía un artículo cuyo título era Verás el Mundial, de Sergio V. Jodar. Un texto que refleja la contradictoria naturaleza del ser humano, quién a pesar de tener cientos de argumentos racionales para no hacer una cosa, se ve arrastrado por sus pasiones más mundanas (confesables o no) para hacer justo la contraria. Quizá, por esa naturaleza caprichosa y contradictoria, subordinada a los deseos e intereses más prosaicos, difícilmente podremos llegar a entendernos a nosotros mismos, como le sucede a Tony Soprano, pese a acudir puntual a sus sesiones con la Doctora Melfi. Quizá, esa naturaleza contradictoria del hombre podría extenderse a la Vida, haciéndola incomprensible a nuestros ojos.

 

Me gusta utilizar la metáfora del iceberg para indagar en el mapa del ser humano. Porque ese inmenso bloque de hielo pasó a la posteridad cuando protagonizó el hundimiento más famoso de la historia. El del Titanic, un transatlántico que representaba el progreso, una de las maravillas de la tecnología de inicios del siglo XX, con la que el hombre, en un acto de arrogancia y vanidad, pretendía cruzar el gran océano batiendo todos los records de navegación. Pero el protagonista involuntario de aquella historia fue una masa de hielo que nadie logró vislumbrar. De hecho, nadie puede ver lo que un iceberg esconde debajo de la superficie del mar, al igual que nadie puede conocer la verdadera naturaleza de cada ser humano.

 

Descubre tu iceberg.

El todo y la nada

Siete octavas partes del iceberg están ocultas, escondidas a los ojos del ser humano. Al igual que la mayor parte de nuestra naturaleza es invisible para las personas que nos rodean y conviven con nosotros cada día. El problema radica en que ni siquiera nosotros mismos, somos capaces de saber quiénes somos, de explicar qué hay en eso que no vemos. Y en esa lucha estamos cada día, como el protagonista de la novela de Noel Goicoechea, “El Todo y la Nada”. Un texto donde el protagonista llega al final de sus días, haciendo un balance, repasando los avatares que le deparó la vida y dónde se plantea alguna de las grandes cuestiones a las que todos, en mayor o menor medida, nos enfrentamos a lo largo de nuestra existencia.

 

Un libro divertido pero profundo. Porque el humor no está reñido con indagar en los grandes misterios de la naturaleza del hombre. De hecho, quizá podría ser la mejor receta para aproximarnos a nuestras contradicciones. Porque si hay un tema evoca esta lectura es intentar responder a la gran cuestión: “¿quién soy?” Una cuestión que no admite una respuesta sencilla, ni inmediata. Cualquiera con dos dedos de frente puede responder a la cuestión “¿qué quiero?”, con tan sólo utilizar la guía del éxito convencional (fama, fortuna y poder) o indagar en sus deseos, motivaciones o intereses. Pero, responder a la cuestión “¿quién soy?”, es harina de otro costal.

 

¿Qué es lo que no vemos?

Dice el dicho que “dónde hay voluntad, hay un camino”. Esa debería ser la máxima que debe guiar la búsqueda del verdadero Yo. Porque para descubrirnos necesitamos la voluntad para conocernos. Pero no la tenemos, o al menos, nos cuesta encontrarla. La realidad, en general, es que nos conocemos poco, y nos conocemos poco porque nos pensamos poco. Y nos pensamos poco, porque no queremos descubrir lo que escondemos en las profundidades de nuestro iceberg, y que nos sitúa en la contradicción, en la incoherencia y en la vulnerabilidad. Somos capaces de mostrar nuestra cara más amable y bonita, mostrando cómo es nuestro entorno y comportamiento. Cultivando una imagen que se ajusta a los convencionalismos que exige esta sociedad. Pero el problema comienza cuando surgen las preguntas incómodas o aparecen situaciones que no sabemos gestionar.

 

Por ejemplo, ¿cuáles son tus capacidades, fortalezas o talentos? Ahí comenzamos a dudar, porque ni siquiera sabemos responder qué cosas hacemos bien. Otra forma de conocernos es acudir a nuestra historia. Las experiencias son otra fuente de información que guardamos bajo llave. Almacenamos recuerdos, historias y vicisitudes. Pero rara vez, somos capaces de aprender la lección de lo que sucedió. No tomamos conciencia de lo que nos sucede, solo contamos lo que ocurre como si fuera una telenovela, sin extraer los aprendizajes necesarios para pasar la lección. Por eso, quizá, la vida se encarga de recordarnos con situaciones similares, que todavía no hemos pasado la pantalla del único video juego al que tenemos que jugar, nuestra vida.

 

Vivimos bajo creencias y valores.

Alguien me dijo alguna vez: “eres un saco de manías”. Y puede ser, sobre todo, cuando comenzamos a peinar canas. Pero creo que habría que reformular esa afirmación, extendiéndola a cualquier persona y decir: “somos un saco de creencias”. Las creencias son ideas o pensamientos que se asumen como algo verdadero. De hecho, apenas, las cuestionamos. Y tenemos creencias sobre la mayoría de las cosas de la vida. De muchas de ellas somos conscientes pues forman parte de nuestras convicciones, de nuestros valores. Pero hay otras que operan de manera inconsciente o que directamente han sido heredadas porque formaban parte de nuestras familias.

 

El reto con nuestras creencias es tomar conciencia de ellas. Y después, preguntarnos qué queremos hacer con ellas y elegir: ¿me sirve, es útil?, ¿me está ayudando a conseguir lo que quiero?, ¿quiero mantenerla o es mejor decirle adiós? Acto seguido toca sustituirla por otra creencia y sostenerla en el día a día con acciones concretas. Los famosos hábitos de los que habló Aristóteles, que conformaban el carácter de la persona.

 

Identidad: temperamento y carácter.

Si seguimos profundizando en el iceberg tendríamos que hablar del carácter y del temperamento, como los dos componentes principales para definir la identidad, lo que soy. El temperamento es nuestra herencia genética, una predisposición a ser y comportarnos de un modo determinado, como descubrió Hipócrates en función de los humores de cada persona (colérico, sanguíneo, flemático y melancólico). Mientras que el carácter es esa segunda naturaleza del ser humano de la que hablaba Aristóteles, que se va adquiriendo a lo largo de la vida, a través del esfuerzo, el sacrificio y la adversidad, y dónde los hábitos juegan un papel crucial.

 

Pero en este recorrido por nuestro interior, no podemos olvidarnos de las emociones. Porque, aunque queramos ocultarlas, negarlas, mantenerlas a raya, al final, las emociones y sentimientos nos elevan a los altares o nos hunden en la miseria. Conocer en profundidad lo que sentimos y ser capaces de saber gestionar y regular nuestras emociones y sentimientos, nos ayudará a conocernos más y mejor y poder afrontar los diferentes avatares que la Vida nos reserva día a día. Y en eso, no hay mejor escuela, que una vida llena de experiencias, que sepamos interpretarlas adecuadamente, para no caer en el sufrimiento, pese a la inevitabilidad del dolor que nos provocarán determinados hechos. Quizá, la única regla para este viaje de la vida sea no volver como te fuiste, sino regresar a la última morada diferente, y eso sólo es posible cuando has vivido mucho, sean cual sean esas experiencias.

 

¿Somos sólo lo que vivimos?

Para complicar un poco más el asunto de quiénes somos, está lo que tiene que ver con el más allá. Con algo que definimos como “transpersonal”, y que tiene que ver con nuestras creencias espirituales o religiosas. Porque en el fondo, religión y espiritualidad van cogidas de la mano, aunque los yoguis, chamanes o predicadores quieran desligar el concepto “espiritualidad” de todo lo que huela a “religión”. En el fondo, ambas buscan dar una respuesta a este sinsentido en el que a veces se convierte la Vida. Y que pese a los años seguimos sin entenderla o comprenderla en su totalidad. Quizá, porque ahí esté el misterio de la Vida. En nuestra incapacidad para saber qué hay detrás del último hálito de vida, como le sucede a Gabriel García Fernández, el protagonista del libro.

 

Quizá, lo único que podamos entender es esa dualidad del “todo” y la “nada”, como un reloj de arena que representa una vida que se va desparramando del cono superior al inferior con el paso del tiempo. El paso de la Vida al “Más allá”, con la pregunta latente de “¿qué hay más allá?”, ¿qué sucede con ese cono inferior repleto de arena? La Vida concluye con el último acto físico, la última expiración, el cuerpo para sus funciones vitales y desaparece, pero ese cono inferior repleto de arena, ¿adónde va?, ¿es acaso el alma o la esencia o ese Yo verdadero, que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra existencia? Quizá, en las preguntas, algún día descubriremos quiénes somos realmente, o quizá sea mejor así, vivir la vida y disfrutar del momento presente.

 

 

“La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla.”

George Santayana (1863-1952) Filósofo y escritor español.

 

 

PD: Mi más sincera enhorabuena por el libro a Noel. Después de años dedicándonos a la tecnología nos encontramos hablando de lo que realmente nos motiva y nos apasiona: la naturaleza del ser humano y sus contradicciones más profundas.

 

 

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