¿Qué futuro me aguarda?

“Y es que no veo ninguna luz de esperanza. Tengo treinta años y ya no puedo andar. Soy padre de dos niñas, pero no puedo jugar con ellas. Era un deportista famoso, pero ahora no soy capaz de dar un paseo por el barrio. Confié en dos médicos, pero mi estado no ha hecho más que empeorar. ¿Qué futuro me aguarda? ¿Qué opciones me quedan?” Es probable que hoy, mucha gente se haga este tipo de preguntas ante otras circunstancias obviamente. En cualquier caso, ambas cuestiones esconden otra más incómoda: ¿qué hacer cuando aparece la desesperanza, la desesperación o el pesimismo?

Las anteriores palabras aparecen en el libro “Frágil”, la biografía de uno de los mejores delanteros del fútbol europeo: Marco Van Basten. Alguno puede pensar que la vida de un futbolista de élite está muy lejos de lo que los comunes mortales vivimos en nuestro día a día lejos de la fama, el dinero o el éxito. Sin embargo, los momentos de adversidad, que ponen a prueba nuestra resistencia, nos llegan a todos. Y nos recuerdan nuestra fragilidad y vulnerabilidad, olvidada por nuestra arrogancia y la infantil creencia de poder controlar todo lo que nos rodea.

La desesperanza en el cambio

La ansiedad, un miedo anticipatorio.

Podrías pensar que te voy a dar un consejo sobre cómo afrontar estos momentos. Craso error. Apenas intento responder a las mismas preguntas que aquel genial futbolista se planteaba cuando su tobillo derecho le impedía moverse y conciliar el sueño por el dolor. Y, finalmente, le obligaron a colgar las botas con apenas 30 años, en la cúspide del fútbol mundial. Obviamente, en mi caso, no hay dolor por un tobillo destrozado, ni tampoco tengo la vida resuelta económicamente como aquel holandés al que llamaban “il Cigno” (el cisne), por la elegancia con la que se movía. Aunque las preguntas son las mismas: ¿qué futuro me aguarda?, ¿qué opciones me quedan?

Estas preguntas nos hablan de la ansiedad, un miedo anticipatorio. Es el temor o el pánico por lo que vendrá. En situaciones ambiguas y de vacíos de información, la ansiedad se dispara y nos avisa: la incertidumbre ya está aquí. Y, ¿cómo calmar la ansiedad? Ciertamente, la sociedad en la que vivimos, acostumbrados a la inmediatez, donde cualquier tipo de información nos llega de forma instantánea, la tolerancia a la espera es mínima. Queremos respuestas, resultados y alcanzar objetivos YA. Y, para ello, buscamos el atajo más corto para lograrlos. Anhelamos vivir en la certeza para controlar la vida.

No se lo que va a pasar.

La realidad es que hoy somos más conscientes que hace un año que NO SABEMOS. Ni cuando acabará la pandemia, ni cuando volveremos a la normalidad, ni cuando regresaremos a nuestros trabajos o a salir de copas como hacíamos hace un año. En realidad, sólo podemos ACEPTAR que hay cosas que se nos escapan a nuestro control. Y ante esta realidad, podemos seguir algunos consejos de los filósofos estoicos.

Por ejemplo, aceptar lo peor que pueda ocurrir. Ponernos en lo peor y agradecer de lo que hoy disfrutamos. Aunque cuando estamos pasándolo mal, nos cuesta acordarnos del agradecimiento. También, podemos aprender a diferenciar qué depende de ti y qué no depende de ti. Si lo que deseas no depende de ti, solo queda aceptar la pérdida y vivir el duelo; y si lo que deseas de ti y es vital, seguir peleando por ello. Por último, también podemos relativizar la situación que estamos viviendo, tomando perspectiva de dónde estamos (al menos no estamos en guerra, ni hemos perdido nuestras casas o hemos tenido que emigrar a otro país con lo puesto).

Epicteto, filósofo estoico

Pregunta para pensar.

¿Crees realmente que aprenderías algo si alguien te dijera lo que tienes que hacer para resolver todos tus problemas? Posiblemente, nos ayudaría para salir del atolladero. Pero probablemente, no aprenderíamos la lección y volveríamos a caer de nuevo en una situación similar. Por eso, la solución no está en la receta que nos pueda dar alguien, sino en encontrar nuestra propia receta y comprender para qué estamos viviendo lo que nos toca vivir. El problema reside que esa receta propia no llega de la noche a la mañana, ni tampoco sabemos dónde encontrarla ni cómo buscarla.

Y, eso, jode. Es ahí cuando aparece la desesperanza, la desesperación y el pesimismo. Y ante eso, cada cual elige su propio mecanismo de adaptación. Unos se resignan y se dejan ir. Otros aceptan lo que hay y deciden seguir luchando. Y otros tienen fe, el arma indestructible, capaz de desactivar el miedo. Cuando parece que todo está perdido, sólo hay una cosa a la que podemos aferrarnos: tener fe en algo. Encontrar la esperanza en que algo suceda independientemente de las circunstancias, por más adversas que estas sean, es un acto de fe, de creer en algo sin que existan pruebas ni evidencias. Como Etty Hillesum, que murió en el campo de concentración de Auschwitz, y hasta el último día mantuvo intacta la confianza en la vida, aceptando lo incomprensible y dejando de querer entenderlo todo.

“Las guerras las ganan los soldados cansados.”

(Anibal Barca)

Sí deseas recibir más información acerca de los Servicios de Coaching y Formación, contacta conmigo.