¿BUSCAR O ESPERAR A QUE TE ENCUENTREN?
Agradar a todo el mundo…
Hace unos días escuchaba una reflexión que me pareció muy acertada. Solemos buscar agradar a todos aún a riesgo de dejar de ser nosotros mismos. ¿Cuántas veces no nos ponemos nuestros mejores trajes o máscaras para gustar o impresionar a alguien? Por otro lado, si estamos creando algo, buscamos que nuestro producto o servicio obtenga una gran acogida entre el público. En suma, nos gustaría gustar o agradar a todo el mundo o que aquello que «vendemos» fuera comprado por el máximo número de personas. De esa forma nos comportamos como eternos “buscadores” de algo.
Y para hacer eso, hacemos una cosa muy loca, y es fijarnos más en lo que quiere la gente o los clientes, que en conocer qué queremos nosotros realmente y si estamos satisfechos realmente con lo que somos o hacemos. De esa forma iniciamos una carrera en la búsqueda del quedar bien con todo el mundo, construyendo un «brillante disfraz» o anhelamos crear un producto “mágico” que le sirva a todo el mundo. Y eso nos lleva a dejar de ser auténticos, falsificando lo que somos y hacemos. Además, no aceptamos la espera, así que las prisas nos consumen y comenzamos a actuar como “pollos sin cabeza”, corriendo de un lado a otro sin saber adónde vamos realmente. Te suena, ¿verdad?
Somos diferentes…
No vamos a agradar a todo el mundo porque cada persona tiene unos gustos, preferencias o inquietudes diferentes. Por ejemplo, lo que a ti te encanta, a otra persona no le gusta en absoluto. Lo que a ti te resulta interesante, al otro le resbala. Y lo que a ti te resulta útil y necesario, al que tienes al lado considera que es algo inútil e irrelevante. Así somos.
No hay una verdad absoluta, sino una verdad relativa en función de nuestro particular modo de ver las cosas. Y hay tantos modos de ver la vida, como personas existen.
Sin embargo, nos empeñamos en querer contentar a todos los que tenemos a nuestro alrededor, dando nuestra mejor versión y una imagen idílica y perfecta. Buscamos crear algo maravilloso que valga para todos, y caemos en el error de pensar que somos tan buenos o que nuestro producto o servicio es tan fantástico que va a gustar a todos. Y, cuando vemos que la realidad va por otro camino, y la reacción del público, los clientes o incluso de tus amigos, no es la que deseamos, nos volvemos locos y redoblamos los esfuerzos persiguiendo a “cualquiera” para que venderle nuestra solución o nuestros encantos. Y esto vale para cualquier ámbito de la vida.
Buscar o esperar a que llegue tu oportunidad
Pero esto no va así. Quizá sea más inteligente darse cuenta, que mejor que andar persiguiendo sin ton ni son a unos y otros, sea descubrir primero quién eres y qué es lo que quieres ofrecer. Y luego identificar quién es exactamente tu público objetivo. Con quién puedes tener más puntos en común, a quién realmente puedes ayudar con tu producto o servicio o tu forma de ser. Y, estar atento y preparado, para cuando esa persona o cliente, tenga una necesidad concreta que se ajusta a tu negocio, estés ahí.
Como decía Loquillo, la idea no es ir como las manecillas del reloj persiguiendo una hora. Sino esperar a que las manecillas lleguen a “tu hora”, la que sea. Porque si confías en ti mismo y en lo que eres u ofreces, sabes que, en algún momento, las manecillas van a pasar por la hora en la que estés parado. Y mientras llega ese momento, esperas, pero no sin hacer nada, sino MEJORANDO-TE. Esto es la esencia del “wu-wei” (no hacer). Porque ese no actuar no es lo mismo que no hacer nada. Significa ESTAR AHÍ, mejorándote mientras llega TU MOMENTO.
No volverse loco mientras tanto
Probablemente la clave esté justo en no volverse loco mientras llega ese momento. Y para eso, es necesario encontrar el punto medido en términos de “esfuerzo”. Fomentar la cultura del esfuerzo es algo positivo, necesario y recomendable para cualquier objetivo importante que nos planteemos en la vida. Pero siempre y cuando no lleguemos al extremo del sobre-esfuerzo, lo cual nos lleva al agotamiento y la frustración. Tampoco la solución está en pasarnos al otro extremo y no esforzarnos nada en absoluto.
El esfuerzo correcto es el mantenido y sostenido en el tiempo, pero sin ser excesivo. Es el esfuerzo sereno, sosegado, tranquilo, sin prisa, pero sin pausa. Hay que ser como la nieve, que copo a copo va posándose momento tras momento sobre la rama de un árbol hasta que termina por quebrarla. Ese esfuerzo se encuentra entre los extremos y es el camino que conduce a la sabiduría, el sosiego y la serenidad.
«La fuente más común de la desesperación es no ser quien eres.»
(Soren Kierkegaard)