APRENDIENDO A PERDER
¿Por qué nos cuesta tanto reconocer el fracaso?
Decía Ruyard Kipling en su famoso poema “Si…”, “Si puedes conocer al triunfo y la derrota, y tratar de la misma manera a esos dos impostores…”, entonces “… tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más, serás un hombre, hijo mío”. Pero, qué difícil es tratar al triunfo y la derrota, al ganar y al perder, al éxito y al fracaso, al acierto y al error, de la misma manera en nuestra sociedad. Qué poco utilizamos la ecuanimidad y la perspectiva, o como diría Ricky Rubio su lema habitual, el “Never too high, never too low”.
Vivimos en una sociedad donde sólo vale el éxito, el triunfo, el acierto y ganar. Y el que transita por otras tierras más áridas, encontrándose con pérdidas, errores, derrotas y fracasos, está condenado al ostracismo y a ser identificado como un “loser”. Esta es la realidad que se impone. La que vemos cada día en los medios de comunicación, en las redes sociales, en el deporte, en las empresas… Una realidad que nos lleva a una competencia endiablada, dónde sólo valen los resultados. Esa es la vara con la que se nos mide desde muy pequeños (aprobado o suspenso). Pero ¿cómo manejamos esta realidad?, ¿es sano vivir en el éxito permanente?
Vivir en el éxito permanente es dejar de vivir
Esa competencia feroz por alcanzar unos resultados nos obliga ser cada vez más perfeccionistas y exigentes hasta llegar a la excelencia… Pero como nos enseñan los grandes del deporte, ese nivel de competitividad, exigencia y perfeccionismo tiene un coste y deja huella en los cuerpos en forma de lesiones. Algo que también ocurre en el mundo de la empresa, con perfiles meramente orientados a los resultados, que viven obsesionados por conseguir objetivos cada vez más ambiciosos e inalcanzables. En este caso, quizá las lesiones no sean visibles en el cuerpo, pero si en forma de enfermedad mental: bajas por estrés, burnout (quemados, desmotivados) o renuncias voluntarias.
Creo que es lícito y positivo ser ambicioso. Y también, creo que el sistema más justo a la hora de recompensar el trabajo realizado sea medir los resultados alcanzados. Ahora bien, cuando la ambición se lleva al extremo o los resultados son el único factor de medición, las cosas se complican.
Competir por conseguir el éxito permanente, es el modo más directo de dejar de vivir.
Cuando buscamos el éxito de manera incansable (o bien porque todavía no ha llegado o bien porque ya hemos probado las mieles del triunfo), combatimos contra aquello que queremos evitar a toda costa, el fracaso, y, al final, eso a lo que nos resistimos, nos acaba dominando. Así es como, de forma paradójica, buscando el éxito (o permaneciendo en él) nos acabamos encontrando en el fracaso.
Reconocer el fracaso y el miedo a perder
Sin embargo, no es tan sencillo reconocer el fracaso o el miedo a perder, cuando se está acostumbrado a vivir en el éxito. Claro, habría que definir qué es el éxito para cada persona. En cualquier caso, sean cuales sean nuestros objetivos, forma de vida o aspectos que consideramos innegociables en nuestro día a día, cuando las cosas no salen como queremos, se nos tuerce el rictus. Y las cosas no siempre salen como queremos, y los errores, las derrotas y los fracasos, al final, siempre llegan. Pero cuando se ha vivido en el lado bueno de la vida, pasar al otro lado es jodido. Y aceptar que se ha fallado o fracasado, no es fácil. Incluso aunque intentemos intelectualizar el fracaso o el error desde un punto de vista racional o mental, seguimos resistiéndonos a ambos, y de esa forma permanecemos atrapados.
Del fracaso y del error sólo se sale cuando tomas conciencia de lo que ocurre. Cuando llamas a las cosas por su nombre, miras de frente a la situación a la que te enfrentas y reconoces: “he fracasado, me he equivocado”. Desde el reconocimiento sincero y desde el sentir (qué emociones estoy viviendo asociadas a esa experiencia), es desde dónde se puede empezar a salir. Luego, hay que cambiar, tomar decisiones y actuar.
¿Distinguir entre error y fracaso?
Se suele diferenciar entre ambos conceptos. Se considera el error como una estación de paso, una circunstancia necesaria para aprender algo, que me permita llegar adónde quiero llegar. Mientras que el fracaso es visto con una connotación más negativa, un hecho permanente, que afecta a nuestra autoestima y que genera sentimientos de culpa. De hecho, del fracaso pasamos inmediatamente a colgar la etiqueta de “fracasado” que afecta a nuestra identidad. De ahí que todo lo que huela a fracaso, queramos evitarlo, para proteger nuestra imagen (ego).
Sin embargo, los fracasos existen. Se define fracaso como “resultado adverso en una cosa que se esperaba sucediese bien” y como “suceso adverso e inesperado”. La cuestión es qué hacemos cuando fracasamos, para evitar que las emociones «negativas» asociadas al fracaso (ira, tristeza, miedo…), no nos paralicen.
- En primer lugar, aceptar el fracaso: “Si, he fracasado, porque me he equivocado en esto y en esto otro.”
- En segundo lugar, levantarse de nuevo y continuar, haciendo los cambios o ajustes necesarios. Cómo decía Winston Churchill: “El éxito es aprender de fracaso en fracaso sin desesperarse.”
- En tercer lugar, no poner excusas ni culpar a otros, pero sin fustigarse ni dejar que la culpa haga mella en nuestra autoestima.
- Y, por último, reflexionar y aprender de los errores para crecer. Superar un fracaso implica que te has tomado el tiempo para comprender tus errores, por qué ocurrieron y cómo puedes evitar cometer los mismos de nuevo.
“La aceptación tranquila, serena, humilde y consciente del acto de perder, errar y fracasar, es el único modo de transcender nuestros límites y crecer”.
Fuente: Libro «APRENDIENDO A PERDER» (Santiago Álvarez de Mon)